Ir al contenido principal

Esa mano ajena

Mírate maldita. ¡Qué digo mírate! Si no tienes ni ojos. Sé que tomas prestados los míos. ¿O ni siquiera te hacen falta?

Da igual, me tienes cansado tú y me tiene cansado también el doctor. Ese maldito cómplice conspiracionista. Mira que reírse de mí cuando le dije que con la vacuna de la pandemia me habían introducido un chip. ¿Qué otra explicación tenemos? Dice que fue por el golpe en la cabeza. ¡Pues no! ¿Qué sabrá él? Conozco a mucha gente que ha tenido accidentes con el coche y a ninguno le pasa lo mismo que a mí.

Esto es cosa del gobierno, lo sé. Nos utilizan, quieren suplantar las conciencias poco a poco. Es una invasión silenciosa. ¿O creías que no terminaría averiguándolo? ¡Te he visto! He visto la señal y descifrado el código, te veía cada día tamborileando los dedos. Al principio creía que era morse y no conseguía averiguar nada, hasta que caí en la cuenta… ¡La vacuna! ¡El chip! ¡Código binario! Ya sé cuándo llegan los tuyos. No disimules, sé que me escuchas… ¿O escucháis?

Yo solo quería terminarlo todo, cortar por lo sano. Estaba harto, harto, harto de que me tirasen de las tiendas por encontrar cosas en mis bolsillos que no había cogido, ¡si es que no quería cogerlas! ¿Y lo del otro día? ¿Lanzarte de esa manera sobre aquel voluminoso seno? ¡Qué vergüenza! ¡Y qué hostia!

Además, cinco veces te he atrapado ya en mitad de la noche reptando por mi pecho. Querías llegar al cuello, ¿verdad?


Y, a pesar de todo, lo que más rabia me daba era verme obligado a aprender a escribir con la zurda. Tanto atarme mi padre y Sor Benigna la mano a la espalda para nada. Todo porque tú te ponías a dibujar cuando quería escribir y a escribir cuando quería dibujar.

¡Y míranos ahora! Yo en el hospital con un muñón en el brazo izquierdo y tú en tu sitio como si nada. Sólo me distraje un momento y fuiste más rápida con la sierra.

¡Cómo te odio maldita mano derecha! ¡Cómo te odio!


*    *    *

Entonces, pretendiendo dar respuesta a aquel discurso, su diestra se movió con voluntad propia hasta quedar cerca de la cara. Con el puño cerrado y el dedo corazón bien erguido.


FIN



¡Pequeño roedor que has leído hasta el final! 
Las ratas agradecen tu hazaña y brindan en tu honor.
Mientras una toca una pequeña ocarina, otra baila animada, y una tercera te recuerda:
Síguenos, comparte y no olvides que también estamos por Facebook e Instagram

Comentarios

Entradas populares de este blog

Toni Lobo o sorpresas de comprar barato

Ya nadie escribe cartas de amor

Pequeña musa