Ir al contenido principal

Gorgonio

Habría bastado mucho menos para ganarse un mote de por vida, pero a él le bastaba con su nombre. 
Y es que, al pobre Gorgonio, sus padres no tuvieron a bien ni siquiera darle un nombre agraciado. Tampoco le dieron una nariz de tamaño medio, unas orejas bonitas o un par de ojos que apuntaran en la misma dirección. Siempre fue de semblante duro y por eso, ya cuando el cura lo fue a bautizar llegó a decir: "Cristo bendito, pareciese que una gárgola ha caído de la torre".

Muchos años después de que el cura pronunciara aquella frase célebre, se encontraba con su compañero Antonio en la cena de Navidad de la empresa; cuando estaban juntos era posible describir al otro con tan solo dos palabras: lo contrario.
              
—Pero Gorgonio. ¿Cómo que no me acerque a ella?
—Déjala en paz por favor.
—Nada nada, cuando fijo a una presa…
—¿Pero tú no estabas con Diana?
—Hombre eso era el mes pasado.
—¿Qué pasó?
—Nah, un sábado me dijo que no se venía a mi casa por no se qué royo… la verdad es que no la escuché…
—¿Pero entonces con quién quedaste la semana pasada?
—Era una de contabilidad, no recuerdo su nombre. Nah… quería demasiado compromiso.
 —¿Y no hay más chicas?
—Gorgui, Ya te he dicho que cuando fijo una presa tiene que caer. Además, como es extranjera tiene un acentillo que me pone.
—Por favor no sigas…
—¡Ja! ¡Creo que ya sospecho lo que pasa! ¡A ti te gusta!
—Por favor calla. Te van a escuchar.
—Ja ja ja con esa cara y esas vergüenzas no vas a conseguir nada.
—Déjala, para ti va a ser una más.
—Pero tú me has visto la cara, esto es un regalo que deben compartir todas las mujeres. A ti te va a rechazar, es demasiado guapa para ti. Y es extranjera, seguro que ha visto muchos tíos. No apuntes tan alto, que no te llegan las balas.
—No me importa el rechazo, lo que me importa es que esté bien. Y sé que tú le vas a hacer daño.
—Pues esa nena es mía esta noche. Ya te dije que antes de Navidad esa cae. ¿Qué te parece esa otra para ti?
—Esa otra me da igual.

Gorgonio sentía cierta veneración por Antonio, seguro de sí mismo, éxito con las mujeres, guapo. Él, lo contrario. Pero ahora que se había propuesto llevarse a ella a la cama empezaba a sentirse mal. Empezada a sentir nauseas por haber aplaudido ese tipo de conductas en el pasado.
             
—¡No! ¡Quieto, no vayas!
—¡Hey! no te enfades Gorgui. Venga tío te invito a una birra y amigos.
—No es tan sencillo, te pido por favor…
—Calla, calla, que va al baño.
—Pero, ¿qué vas a hacer?
—Venga luego te invito a una birra. Sujétame el cubata.

Antonio se tocó la cabeza para comprobar que la gomina mantenía su pelo perfecto. Conocía el sitio, la cola de los baños era un buen lugar, la música no era tan estridente allí se podía hablar y así tendrían la privacidad del cuartito cerca para algo rapidito. Sacó un chicle y se lo metió en la boca. Pensó en ofrecerle uno a la chica; pero solo le quedaba uno, así que lo guardó para luego. Le dio tres toquecitos en el hombro con el índice, y mientras ella se giraba Antonio notó también tres toquecitos de un dedo en su hombro. No llegó a ver que era, conforme se giró algo contundente estalló en su cara. Quedó inconsciente en el suelo.
              
Unas semanas después, mientras Gorgonio estaba en casa buscando ofertas de trabajo en su ordenador, llamaron a la puerta. Cuando abrió, se quedó perplejo: era ella. Hubo un saludo y un par de besos en la mejilla.
             
—¿Cómo has sabido dónde vivo?
—Le di a Antonio un número de teléfono a cambio de la información.
—¡Pero! ¿Cómo le das a ese degenerado tu teléfono?
—Te he dicho que le di un número… no el mío.

Ambos rieron.

—¿Cómo estás?     
—Bueno, buscando ofertas de empleo. Parece que noquear a un compañero de trabajo en la cena de Navidad no sentó muy bien a los jefes.
—Escucha, me han contado por qué lo hiciste.

Le hubiera gustado verse desde fuera, debería ser un espectáculo ver a alguien tan rojo.

—Gracias.
—¿Por qué?
—Por todo. Fuiste el único que me ayudó cuando Don Jacinto empezó a presionarme con la carga de trabajo. Tú me escuchaste cuando murió mi madre. Eres atento y me divierto mucho contigo. Y jamás he soportado a Antonio.
—No entiendo.
—Déjame pasar y hablamos.

Mientras tanto, Antonio colgaba el teléfono a una anciana del otro extremo del país y volvía a mirar el número apuntado en un papelito, tratando de averiguar si algún nueve podría ser un cuatro o algún seis un cero mal cerrado. Probó otro número y presionó la tecla de llamada no muy seguro de lo que hacía, con la mandíbula aún dolorida y estando en su casa, solo.

Y Gorgonio… lo contrario.


FIN



¡Pequeño roedor que has leído hasta el final! 
Las ratas agradecen tu hazaña y brindan en tu honor.
Mientras una toca una pequeña ocarina, otra baila animada, y una tercera te recuerda:
Síguenos, comparte y no olvides que también estamos por Facebook e Instagram


Comentarios

Entradas populares de este blog

Esa mano ajena

Toni Lobo o sorpresas de comprar barato

Ya nadie escribe cartas de amor

Pequeña musa