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Gourmet

¿Qué dónde está mi marido? Eso me pregunté yo durante años. 
Él solía viajar mucho debido al trabajo y nunca paraba por casa. Así qué fui una recién casada de sábanas frías, noches intranquilas y tardes silenciosas. Siempre esperaba junto a la ventana por si veía aparecer su coche por la calle y suspiraba cada vez que pasaba una pareja abrazada o tomada de la mano, te confieso que en esos momentos la envidia me devoraba por dentro.

Espero que nunca hayas tenido que vivir esperando. Qué nunca hayas sentido esa preocupación opresiva alrededor de tú corazón, sin tener a nadie a quien abrazar en esos momentos. Y, en caso de que te haya pasado, sabrás que, en cualquier situación, pensamientos terribles asaltan de improvisto los quehaceres diarios y no permiten vivir con plenitud.

El día que él llegaba yo tenía siempre el baño preparado y caliente, así podía relajarse después de una dura semana, o mes, de trabajo. Después disfrutaba de las anécdotas que me contaba. Pero, de todas sus historias, las que más curiosidad me causaban eran las culinarias.

Él se consideraba todo un gourmet. Y yo era una niña ingenua. Quizás por eso me encandilara tanto con el relato de cosas que no había visto nunca. Me hablaba acerca de enormes platos africanos que te dejaban saciado por días. De extraordinarios guisos sudamericanos disfrutados entre amigos. De pequeñas delicias asiáticas, demasiado picantes como para tomar muchas de golpe. Me contaba acerca de preciosos restaurantes holandeses. En Francia tenía uno de sus sitios favoritos donde servían los mejores postres de chocolate. Recorría medio mundo cada vez que abandonaba el hogar.

Pero siempre volvía demasiado cansado, y mientras estaba por casa solo deseaba dormir. Así pasaron los meses y los años. Así continué escuchando historias. Así vi pasar decenas de parejas bajo mi ventana. Así creció mi envidia y comencé a obsesionarme. Así urdí un disfraz y decidí seguirlo. Así voló mi ingenuidad cuando descubrí donde iba realmente cuando no estaba trabajando o en casa.

Un gourmet decía ¿recuerdas?, lo descubrí dudando acerca de su siguiente plato a elegir. En el menú del día ofrecían un poco de tierna carne del Este. No me vio. Estaba demasiado concentrado en la degustación.

Créeme, traté de no enloquecer. Tantos años viviendo una mentira… Siendo ignorada e injuriada, ¡Dime! ¿Quién me devolverá ahora esos paseos en las tardes de primavera cuando ya me está llegando el otoño? Quizás tú hubieras actuado de otra forma. Quizás le hubieras gritado y abofeteado en ese mismo lugar. Te juro que traté de no enloquecer, pero no lo conseguí. La ira ardió en mi interior, encerró a la razón y liberó a la vehemencia. Pero este ímpetu de ardiente fuego que sentía había sido forjado durante años en las brasas de una paciencia eterna. Por eso, esperé… Esperé y preparé un menú especial, el plato principal se serviría muy frío.

Poco a poco empezó a pasar más tiempo en casa. Ahora solo sale por trabajo, el resto del tiempo lo pasa junto a mí. ¿Crees que ahora nosotros seremos la envidia de alguien que nos vea desde su ventana? Es algo que me gustaría.

Supongo que te preguntarás por qué decidí seguir con él. Bueno, si no hubiera sido una mujer paciente te aseguro que la sierra del trastero hubiera desempeñado muy fríamente su parte. Pero eso hubiera sido un castigo liviano para un excelso gourmet de la carne como él. Por eso decidí empezar a mezclar su comida con un medicamento para perros epilépticos hecho a base de bromuro. Anda un poco triste y cansado todos los días, pero ahora lo único que levanta de vez en cuando es la vista. Quizás por dentro esté volviéndose loco, pensando en dónde dejó olvidado todo su apetito.

¿Y en lo que a mí respecta? Bueno, ya tengo mis anhelados paseos agarrada de su brazo. Y además, ahora, cuando él no está, llamo a un local cercano y pido comida a domicilio.


FIN



¡Pequeño roedor que has leído hasta el final! 
Las ratas agradecen tu hazaña y brindan en tu honor.
Mientras una toca una pequeña ocarina, otra baila animada, y una tercera te recuerda:
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