Donato estiraba los últimos tragos de su cerveza en
algún lugar del sureste asiático.
Se encontraba en un pequeño hotel construido
alrededor de un gran estanque cubierto de nenúfares. Solo tenía seis
habitaciones, casi todas vacías aquella noche. Al norte y al este se alzaba un
bosquecillo de altos árboles tropicales; al oeste, las seis habitaciones, cada
una con su pequeña terraza con vistas al estanque. Él se encontraba al sur, en
el coqueto bar del hotel, construido en madera alrededor de un enorme ficus
centenario y con vistas a los nenúfares.
Estaba absorto escuchando la perfecta
compenetración que habían alcanzado la música y los sonidos nocturnos. Como si
las ranas e insectos hicieran los coros de la mesmerizante voz de la chica que
sonaba a través de la radio del hotel. No vio llegar al hombre.
—¿Habla
usted inglés? —dijo con un marcado acento americano.
—Un
poco —dijo saliendo de su ensoñación— aunque a veces cometo errores. No es mi
idioma natal.
El
desconocido vestía de una manera que a él le gustaba llamar «estilo
gringo».
Con una camisa de elefantitos rojos, pantalón largo y americana de tela fina y,
supuestamente, fresca. Aunque a él jamás se le habría ocurrido vestir de
aquella manera con la temperatura y humedad que hacía.
—¿Me
permite invitarle? —sujetaba un botellín de cerveza en cada mano.
Donato
hizo un gesto para que tomara asiento frente a él. Algo así nunca se rechaza. El
desconocido dejó las dos cervezas en la mesita baja que los separaba.
—Verá.
Llevo algún tiempo por aquí, y al ver a un occidental me he dicho, ¡Dios, que
sepa al menos inglés y pueda conversar un poco con alguien en mi idioma!
—Le
agradezco la invitación. Lo poco que queda de la mía ya se ha recalentado.
—Por
eso las cervezas aquí son suaves. Hay que beber rápido en este país, incluso
por la noche hace mucho calor.
—Cierto
—brindó por la cita del desconocido y bebió un trago de la nueva cerveza—.
Bueno, ha dicho que quería conversar un poco en su idioma. ¿Es que viaja solo?
—Sí.
Ya sabe, la vida del hombre de negocios. Llevo varios días tratando solo con
autóctonos y me cuesta hacerme entender.
—Vaya.
Me ofrecería como traductor si lo deseara.
—Pero…
—Pero
no tengo ni idea del idioma de esta gente.
Ambos
rieron.
—Bueno.
¿Y qué hace usted aquí solo? —preguntó el desconocido— Si no es indiscreción…
—Tranquilo,
no es indiscreción. Sencillamente relajarme y huir de una vida estresante. Esta
noche quiero sentarme y disfrutar de los nenúfares. Algo muy simple.
—Pero,
casi no se ve el estanque.
—Esta
es una variedad que florece solo por las noches. Hoy tenemos el cielo
despejado, y la luna está llena. Créame, cuando llegue el momento… se verá.
—Debe
ser hermoso.
—Sí.
Por cierto, ¿A qué se dedica exactamente?
—Ah,
bueno. Pertenezco a una empresa de búsqueda de activos.
—Es
la primera vez que escucho algo como eso. ¿Qué es?
—Lo
que suena. Buscamos activos valiosos para terceras empresas que contratan
nuestros servicios.
—Interesante
—dijo bebiendo un largo trago de cerveza.
—Espere.
Si le interesa puedo darle una tarjeta —el desconocido rebuscó con su diestra
bajo la americana. Cuando la mano volvió a salir sujetaba una pistola.
Donato
bebió otro trago sin inmutarse lo más mínimo.
—¿Pretende
disparar? El propietario avisará a las autoridades.
—¿Sabe
cuanto dinero representan seis mil dólares en esta alejada parte del mundo? Créame,
no va a llamar. De hecho, me parece que se ha llevado a toda su familia a pasar
la noche en otro lugar.
Donato
tomó otro sorbo de su cerveza. Sin dejar de apuntar, el desconocido sacó un
silenciador del bolsillo y lo enroscó en el cañón.
—No
parece asustado.
—No
es usted el primero que viene tras de mí. Pero sí ha sido el primero que no he
visto venir. ¿Realmente pretende disparar?
—Mis
órdenes son sencillas. Invitarle a venir conmigo hasta el aeropuerto; en caso
contrario, puedo abatirle allí donde lo encuentre.
—Me
parece que sus jefes deberían haberle informado mejor —se llevó la cerveza a la
boca solo para descubrir que ya se la había terminado.
—Tengo
la información que necesito para hacer mi trabajo.
—No,
no la tiene. Si no le importa… no soporto ver una cerveza huérfana. Así que
como usted ya tiene una mano ocupada con la pistola y la otra, supongo, alerta
en esquivar cualquier objeto que yo pueda lanzar… me voy a beber la suya
también.
—¿Por
qué tiene tanta seguridad? ¿Por qué está tan tranquilo?
—¿En
serio se atrevería a dispararme? ¿No le han contado nada?
—Lo
suficiente. Mi orden prioritaria es llevarlo al aeropuerto más cercano. Pero ha
matado a muchos compañeros y lo que realmente deseo es verlo flotar entre estos
nenúfares, en agua enrojecida con su sangre.
—Lo
suficiente no tiene porqué ser lo necesario. ¿Sabe una cosa? Me cae bien. Tiene
un punto ingenuidad y seguridad interesantes.
—¿Ingenuidad?
—Mire
estos nenúfares. Yo soy un poco como ellos. Una flor que florece a la luz de la
luna, en medio de la oscuridad. Y cuando llega el día se cierra y oculta de la
luz. Yo… podríamos decir que soy una rareza.
—¿Qué
tipo de rareza? ¿Va a contarme una historia sobre que es un vampiro y solo
puede salir por la noche? ¿Cómo estas flores?
—No,
no, no —tuvo que reprimir un ataque de risa—. Nada de vampiros. Simplemente
quédese con la idea de la anomalía. Verá, yo no maté a ninguno de sus
compañeros de… negocios.
—¿Y
entonces como murieron?
—Ah,
muy sencillo. Ellos mismos apretaron el gatillo.
—¡Vamos!
¡No me cuente tonterías! ¡Ninguno de ellos se habría puesto la pistola contra
la cabeza!
—Y
no lo hicieron. —bebió un largo trago y terminó la cerveza del desconocido—. Al
igual que usted no lo hará. Soy una extraña anomalía que solo quiere tener una
vida relajada. Pero los arrendatarios de sus servicios quieren que vuelva allá
de dónde hui. Y sé que están dispuestos a pagar mucho dinero. Pero usted no
puede matarme. En el momento en que apriete el gatillo, usted morirá. Esa es mi
extraña anomalía. No puedo ser dañado. Usted recibirá la bala por mí.
—¿Qué
estupidez es esa? ¿Trata de meterme miedo para aprovechar un despiste y huir? ¿reducirme?
—No
le miento. Por eso no he hecho más que preguntarle si va a tener el valor de
apretar el gatillo. Hágame caso, vuelva a casa e informe de que me ha perdido
la pista. O mejor, diga que no me ha encontrado.
—Nunca
he perdido una entrega.
—Entonces
creo que solo le queda una opción.
El
desconocido jamás había escuchado algo tan disparatado. La extraña historia lo hizo
dudar por un instante. Pero apretó el gatillo.
Muchos nenúfares habían abierto
sus flores mientras Donato y el desconocido conversaban, ahora reflejaban la
luz plateada de la luna. Destacaban perfectamente en medio de la noche.
Brillantes estrellas flotando en el oscuro estanque. Donato y el desconocido no
se movieron durante una hora. Dos siluetas iluminadas por la luna y una
bombilla moribunda. Una, seducida por la belleza. La otra, por la muerte.
—¿Lo ve? Le dije que llegado el
momento daría igual que fuera de noche.
Donato se levantó y miró al desconocido. Su antes pulcra ropa estaba completamente ensangrentada. Tenía la garganta destrozada por el disparo. ¿Por qué no había apuntado a la cabeza? ¿Por error? Se habría ahorrado mucho sufrimiento. Los ojos continuaban abiertos, la mirada fija en algo más allá del tiempo.
Donato se levantó y miró al desconocido. Su antes pulcra ropa estaba completamente ensangrentada. Tenía la garganta destrozada por el disparo. ¿Por qué no había apuntado a la cabeza? ¿Por error? Se habría ahorrado mucho sufrimiento. Los ojos continuaban abiertos, la mirada fija en algo más allá del tiempo.
—Le
avisé. Como a todos. Pero ninguno creyó lo imposible.
Entonces
giró la silla de aquel hombre y lo encaró hacia el estanque.
—Espero
que quede algo de vida en usted. Sería una pena que se perdiera esta belleza. Y
una gran alegría dejar este mundo con ella. Gracias por las cervezas. Adiós.
Y
mientras Donato abandonaba el lugar, una última gota de vida, cristalina y
pura, se precipitó por la mejilla del desconocido ante la visión de aquellas
flores blancas en medio de la noche.
FIN
Comentarios
Publicar un comentario