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¡Hazlo ya!

Mi lugar en la empresa era fácil de encontrar.
Montones de papeles amontonados y libros contables formaban una impenetrable barrera alrededor de mí. Era mi Troya personal, mi muro infranqueable contra el que todo se estrellaba. Ya podían aparecer Agamenón o Aquiles a plantear sus demandas, solo verían surgir una mano llena de manchas de tinta sujetando una vieja estilográfica; se movería con un pequeño gesto, como si golpeara uno de esos triángulos de metal, que podría significar: oído, de acuerdo o piérdete.

Los días eran una metódica monotonía bien planificada. Hasta que llegaron los carteles. Los distribuyeron por todas partes, no había lugar desde el que no se pudiera leer uno. A excepción de mi Troya, que se mantenía impasible y segura ante aquella perturbación. Y hubiera seguido a salvo tras mis muros, pero en cuanto el propietario advirtió que desde mi posición no podía leer ningún cartel, descolgó uno y lo colocó sobre mi escritorio, apoyado contra el montón de agendas obsoletas que tenía a mi izquierda. Letras blancas sobre fondo rojo gritaban a todo aquel que las leyera: “¡HAZLO YA!”.

Era como tener una lampara apuntando a los ojos, molestaba, pero a la vez no podía dejar de mirarla. Volví al cálculo de mis amortizaciones de capital y, mientras, recordé rechazar a una buena chica porque tener esposa supondría un gasto innecesario de tiempo (y dinero). Como gotas de mercurio, vi mi atención atraída hacia el cartel.

¡HAZLO YA! 
(no seas vago)

El letrero tenía razón, había que terminar la tarea. Continué con los inventarios, se habían revalorizado algunos materiales, eso era dinero para la empresa. ¿Cuánto hacía que no hablaba con mi madre? ¿Cómo estaría? ¿Podría volver estas Navidades? Atraídos como polos opuestos vista y cartel volvieron a cruzarse.

¡HAZLO YA! 
(no lo dejes para luego)

Seguí con la cuenta de acreedores, dos grandes bancos ganarían una importante suma de dinero cuando la deuda terminara de pagarse. ¿Cuánto habré ganado yo cuando llegue a la jubilación? ¿De verdad siempre he querido apergaminarme junto a montañas de documentos? Miré a la izquierda y fue como recibir de lleno el flash de una cámara fotográfica.

¡HAZLO YA! 
(ahora)

¡Sí que eran útiles aquellos carteles! ¡Obligaban a eludir toda procrastinación! Calculé los beneficios totales tras aplicar los impuestos pertinentes, era una buena suma. Suficiente para que una persona pudiera vivir tranquila durante unos años. Un recuerdo llegó como una estrella fugaz, de pequeño siempre soñé con selvas tropicales; y se quedó como el lento paso de la luna durante la noche, cruzar ríos infestados de caimanes en una canoa, cortar la espesa vegetación con un machete. Exageradas fantasías infantiles me dije.

¡HAZLO YA! 
(no tengas miedo)

¡Qué gran invento aquel cartel! Volví a mis cuentas. Trabajé rápido y sin distracciones. Un cambio aquí. Un retoque allá. Garabateé la cantidad calculada en uno de los cheques del talonario de la empresa y fui al despacho del propietario. De camino pensé que en ocasiones la vida desequilibra la balanza entre el debe y el haber. Para los acreedores dije, y el propietario lo firmó con su bonita estilográfica roja, la punta era de oro. Pensé en las cosas que desequilibraban aquella balanza imaginaria: amistades, matrimonio, trabajo, tiempo… Al volver a mi puesto tomé el cartel y lo miré. Había traspasado mis sólidos muros para crear el caos en poco tiempo, era un caballo lleno de extrañas ideas.

¡HAZLO YA! 

Lo dejé en el sitio…

¡HAZLO YA! 

Tomé el abrigo y salí directo hacia el banco. Era Eneas, huyendo de Troya con un cheque al portador. Mi balanza estaba demasiado cargada en el haber, y quizás alguna vez pensé en ajustar toda aquella monotonía.

Pero necesitaba que alguien me dijera…

¡HAZLO YA!


FIN


¡Pequeño roedor que has leído hasta el final! 
Las ratas agradecen tu hazaña y brindan en tu honor.
Mientras una toca una pequeña ocarina, otra baila animada, y una tercera te recuerda:
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