Poca gente alrededor del mundo se da cuenta de que un niño aburrido puede convertirse en un terror con el único límite de su imaginación.
Ravi, de 8 años, se aburría mucho.
Llevaba un rato en una pequeña plaza de Delhi lanzando piedrecitas a tres latas de refresco vacías. Pero tras un tiempo, que podría medirse en dos docenas de pequeños proyectiles, se detuvo: estaba muy decepcionado con su puntería, solo había acertado con tres, así que decidió no recargar y pateó una de las latas, asustando a unas cuantas palomas que picoteaban cerca.
Es curioso cómo funciona la mente de los niños, mientras un adulto acepta el aburrimiento y se conforma con él, la mente infantil se desborda con la más nimia curiosidad y puede comenzar a tramar nuevos planes de improvisto.
Había un trozo de cordel por el suelo.
La cabeza de Ravi se llenó de ideas,
ninguna buena.
Su primer pensamiento fue atar a una paloma y pasearla como si de un globo se tratara. Pero la curiosidad saltó rauda y pasó por encima de todas sus ocurrencias. ¿Cuánto peso podría levantar uno de aquellos pájaros? Se las ingenió para cortar un trozo de cordel y no le costó mucho hacerse con una paloma; la gente las alimentaba diariamente y eran confiadas. Sopesó al animalillo cuando le ató el trocito de cuerda a una pata. Después, amarró la lata y la rellenó con un poco de tierra, lo justo para que no pudiera alzar el vuelo. Calculó mal. El pájaro levantó su tormento y desapareció entre dos edificios.
Tomó otro trozo de cordel. ¿Cómo volarían dos palomas atadas? ¿Y si cada una volaba en una dirección? ¿Y si las dos tenían la misma fuerza? Pero entonces, sus maquinaciones cambiaron de objetivo al ver un perro durmiendo a la sombra. Anudó la lata que le quedaba y preparó un nudo corredizo como le había enseñado uno de sus amigos. Cuando el animal notó que algo se cerraba alrededor de su cola se levantó de un salto y corrió alrededor de la plaza, tratando de huir de su ruidoso perseguidor.
Aquello hizo bastante gracia a Ravi, y mientras reía la desgracia del perro, le cayó una colleja de espanto, propinada por una mano firme que parecía conocer a la perfección la curvatura y anchura de su pescuezo.
—¡RAVI! ¡No molestes a ese perro! ¡Que puede ser tu abuelo!
Era Priyanka, amiga de su madre. Mientras se frotaba la nuca pensó en cómo podía una anciana pegar así. Enseguida supo que, más que fuerza, era experiencia. Ravi la observó, llevaba un cuenco con maíz y vestía un bonito sari naranja. Un sencillo bindi de color rojo adornaba su frente.
—¡Ve a quitarle eso!
Ravi observó los brincos del perro a lo lejos. Cuando volvió a mirar a la anciana dijo muy serio.
—No, que me muerde.
—Te estaría bien empleado. Ayúdame a sentarme en este escalón… Gracias. Entonces… ¿No vas?
El pequeño negó en silencio. Estaba molesto. Seguro que ahora se enterarían sus padres y alguna regañina le caería.
—No deberías molestar a los perros, quizás estuviera vigilando algo.
—Solo es un perro callejero.
—Y aún así a lo mejor tiene algún cometido. Debes tener cuidado o te podría pasar como al pequeño Yamir y a su hermana.
—¿Y quiénes son esos? —interrumpió Ravi, mostrando más interés por el jaleo que estaba montando el animal al otro lado de la plaza.
—Vivieron hace años en un pequeño pueblo lejos de aquí. Ella era la mayor y siempre se preocupaba mucho por su hermano. Hijos de un matrimonio humilde, muchas veces solo podían comer una vez al día. Cuando esto pasaba ella siempre apartaba un poco de su comida para que el pequeño la pudiera tomar más tarde. Pero me estoy desviando… no te quería hablar de ellos.
La anciana hizo una pausa, su mirada pareció perderse a través del tiempo y Ravi se sintió atraído por aquella silenciosa deriva.
—Frente a la casa de Yamir y la chica —prosiguió— dormía siempre un perro viejo. Era muy tranquilo, se pasaba los días durmiendo y solo se movía para buscar un sitio donde dormir mejor. Era uno más en el barrio, los vecinos le dejaban comida siempre que podían. Y el pequeño Yamir a veces se sentaba junto a él y lo acariciaba durante horas mientras veía pasar a la gente.
—Que perro más aburrido ¿no? — dijo Ravi. Su atención volvió a desviarse hacia el atormentado animal que corría por la plaza ladrando y armando jaleo con la lata. Varios vecinos trataban de rodearlo.
—Por el día sí. Pero cuando caía la noche no dejaba de correr arriba y abajo por la calle. Y ladraba sin cesar. Se volvía muy fiero, rozando la locura.
—¿Y no intentaron hacerlo callar?
—Los vecinos no. A veces alguien gritaba desde alguna ventana. Nada más. Era un animal callejero, y en aquel estado le tenían miedo. Fue la hermana de Yamir quien una tarde, antes de anochecer, pasó una lazada al perro y se lo llevó lejos de la casa. Lo dejó atado a un árbol pensando en volver por la mañana a recogerlo.
—Y así pudieron dormir.
—Durmió todo el barrio. Claro que sí. Hasta que el perro volvió ladrando como un loco al lugar.
—¿Se soltó?
—Sí. Pero más importante que eso es que aquella niña no le dijo a nadie de su familia que lo había atado lejos de la casa. Así que cuando, a mitad de la noche, Yamir no escuchó ladrar al perro salió de la casa preocupado, pensando que le habría pasado algo.
Un sonidito se ahogó en la garganta del niño; una pregunta desvanecida, fulminada, oprimida por la tensión que sentía.
—Nadie se levantó al escuchar los ladridos de nuevo porque estaban acostumbrados. Pero cuando se escuchó el grito de Yamir fue diferente. Salieron todos de sus casas, asustados, y a la vez preparados para lo que fuera —la anciana hizo una pausa—. Ya era tarde. Nadie encontró al niño, ni esa noche ni en los días siguientes. Nadie lo volvió a ver.
—Pero… ¿se lo llevó el perro?
—No, cuando todos salieron encontraron al animal sangrando. Tenía una gran herida en el costado y lloriqueaba. Marcas de una garra enorme.
—¿Qué…?
—Esto es una gran ciudad, pero en los pueblos pequeños, más cerca de la naturaleza a veces pasaba. A veces un gran felino entraba al pueblo buscando comida. Un leopardo, contaban algunos. El perro ladraba como un loco todas las noches para ahuyentarlo.
Ravi enmudeció. Sentía decenas de cosas revolotear en el interior de su cabeza mientras ideas inconexas empezaban a conectar, agruparse y tomar sentido. Quería hacer muchas preguntas. ¿Vivió el perro? ¿Buscaron todos al pequeño? ¿Cómo de grande era la herida?
Pero entonces, algo cayó sobre su cabeza. Le hizo bastante daño, era una lata llena de tierra. Levantó la vista y vio como una paloma se alejaba con un cordel enganchado a una de sus patas. Por alguna razón que no comprendía, aquello decidió su pregunta.
—¿Y la chica… qué fue de ella?
Priyanka sonrió al pequeño y le revolvió el pelo con una tierna caricia.
—Ayúdame a levantarme… Aprovecha y corre ahora que puedes, cuando seas mayor lo echarás de menos. Dame el cuenco.
Ravi esperaba silencioso, mirada fija, inquisitoria.
—No tiene ningún secreto lo que pasó con la niña. Era su hermano, lo pasó mal. Pero como te debe estar pasando a ti ahora, su cabeza se llenó de preguntas. ¿Fue de verdad culpa suya? ¿Sintió miedo su hermano? ¿Dónde fue su alma? ¿Será ahora un perro? ¿Un ratón? ¿Un pájaro? No lo podía saber, así que siguió haciendo lo mismo que hacía con el pequeño Yamir: guardar el último bocado de sus comidas y repartirlo.
La anciana se giró y marchó dando cortos pasitos hacia donde estaban las palomas, allí comenzó a esparcir por el suelo los granos de maíz que llevaba. Ravi, miró a la anciana confundido mientras se frotaba el chichón. Entonces vio al perro, alguien había conseguido quitarle la lata. El animal vigilaba a Ravi desde una distancia prudencial. La paloma ya se la había devuelto ¿Haría el perro lo mismo? Lo mejor sería volver a casa corriendo.
FIN
¡Pequeño roedor que has leído hasta el final!
Las ratas agradecen tu hazaña y brindan en tu honor.
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