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Algodón de Azúcar

Tomó un poco de algodón de azúcar.  

Se encontraba disfrutando de una tarde primaveral en el parque. A lo lejos corrían dos niñas, debían ser hijas suyas. ¿Y quién era la hermosa mujer que sentada junto a él repasaba mensajes en el móvil? ¿La conocía? Sí. Fue compañera de trabajo hace mucho tiempo. Ahora la madre de sus hijas. Ella sonrió y preguntó si se encontraba bien. Él dijo que se sentía feliz. Y pensó que aquello era una vida plena. Se quedó allí tanto como pudo. Pero, cuando el sol declinó y las sombras de los edificios avanzaron hasta casi rozarle los pies, una amarga lágrima de despedida bajó por su mejilla. Quería seguir buscando.

Tomó un poco de algodón de azúcar.

La presión era enorme. Se había hecho ya muy tarde y seguía en la oficina, nadie le esperaba ya en casa. Tanto se había comprometido con el trabajo que ya nadie quería estarlo con él. Tenía todo el dinero del mundo. El mejor coche, un lujoso ático en el centro, trajes a medida y un enorme grano en el trasero que al poco de curarse volvía a crecer: contratiempos de pasar tanto tiempo sentado. Al día siguiente tenía una importante reunión, se podría cerrar un trato de millones de euros. Toda la documentación debía ser la correcta. De repente y sin previo aviso, la invisible muerte cerró los dedos alrededor de su brazo izquierdo. ¿Qué era aquello? ¿Ahora que lo tenía todo se convertiría en nada? ¡No! realmente no le gustaba aquella vida. Debía escapar antes de que el dolor aumentara.

Tomó un poco de algodón de azúcar.

Tenía 17 años y frente a él estaba Miriam. Aquello era lo que buscaba. Su lengua era tímida y juguetona comparada con sus decididos y guerreros labios que se batían inexpertos contra los suyos. Sus manos, en cambio, parecían tener la experiencia acumulada de décadas y se movían con soltura a través de su ropa: sabían dónde acariciar, dónde apretar, cuándo hacer un movimiento brusco o cuando hacerlo suave. Se desvistieron el uno al otro. ¿Por qué nunca le dijo nada? Si le hubiera confesado que la quería ¿Hubiera sido todo diferente? Ella lo tumbó y suavemente se puso sobre él. Tras un intenso cruce de miradas que significó todo, permitió que entrara. Entonces, mientras Miriam movía su cadera muy lentamente en círculos… 
    
Ambos tomaron un poco de algodón de azúcar.
    
¡No! Ahora no, no en aquel momento tantas veces buscado…

Sus manos estaban ajadas por la edad. Delgadas, cubiertas de manchas y venosas. No podía andar, estaba postrado en una silla de ruedas con un respirador conectado. ¡No!

Tomo un poco de algodón de azúcar.

Tenía 10 años, alguien le estaba diciendo que su padre acababa de morir en un accidente. ¡No!

Tomó un poco de algodón de azúcar.

Tenía 40 años. Acababa de ser padre por primera vez. Era un niño. ¿No tenía hijas? ¡No!

Tomó un poco de algodón de azúcar.

Tenía 25 años. Su padre y su madre le estaban regalando una pluma de oro por haber terminado Derecho. ¡No!

Tomó un poco de algodón de azúcar.

Tenía 24 años. Su padre le estaba regalando un reloj por haber terminado Historia. Estaban frente a una foto de su madre, tiempo a tras fallecida. ¡No!

Tomó un poco de algodón de azúcar.



—¡¿Dónde estoy?! ¡¿Qué lugar este?!
—¡Rápido! ¡El paciente de la 6 está teniendo un regreso!
—¿Por qué no tiene las correas? ¡Sujétale el brazo!
—¿Quiénes sois? ¡Soltadme!
—Tranquilícese. Somos médicos.
—Pero si estoy perfectamente
—No, no lo está.
—¡Dejadme! A las 10 tengo un vuelo.
—¡Deje de hacer fuerza o tendremos que sedarlo!
—¡Les demandaré!
—Espera, suéltale el brazo. ¿Qué vuelo debe tomar?
—El de las 10 con destino Múnich. ¡Yo soy el piloto!
—Caballero. Usted tiene 70 años y está retirado.
—¡No! Hgrrrr…
—¡Está convulsionando! ¡Su presciencia y conciencia se están solapando! ¡Está sufriendo una regresión muy fuerte!
—Ponle una dosis de algodón de azúcar.



26 de junio del 2033
Diario de investigación

La sociedad se ha convertido en un auténtico desastre. Lo que en sus orígenes empezó como una útil aplicación para permitir al cerebro explorar realidades paralelas y poder tomar las mejores decisiones, ha terminado descontrolándose. Todo el mundo quería saber cómo habría sido su vida de haber tomado otras decisiones. Los ricos querían explorar posibles vías de inversión, los pobres, saber cómo sería su vida de haber ganado una lotería. Cada decisión tomada o no tomada abría una realidad alterna, y dentro de estas realidades las decisiones continuaban ramificándose. La mayoría acabaron locos, o muertos de inanición, perdidos en irrealidades, desatendiendo su yo real. Y lo peor es que no existen medicamentos útiles para paliar los efectos, solo se puede tratar con más dosis, cada vez más pequeñas, y rezar para que el cerebro no termine descompuesto en el proceso.

He investigado a muchos pacientes. Algunos han llegado a realidades en las que el algodón de azúcar no existía y vivieron vidas atrapados dentro de su propia mente, otros llegaban a realidades en las que estaban muertos y sufrían el colapso conocido como apagón, que afectaba a su yo real, haciendo creer al cuerpo que estaba muerto, su corazón se detenía. 

Mis pacientes me han contado casos increíbles, han visto y vivido situaciones que en esta realidad serían impensables. Han vuelto a ser niños varias veces, han sido ancianos tantas otras. Empiezo a tener motivos para dudar. ¿Soy real o soy un reflejo, una ilusión de mí mismo y de las decisiones que no tomé? ¿Soy en realidad un policía? ¿Un tendero? ¿Tengo una enfermedad que me impide moverme y la única manera de tener una vida plena es experimentando una realidad paralela en la que no estoy enfermo? Quizás mis hijos no existan, o mi mujer no se divorciara de mí. Quizás mi yo esté atrapado aquí y mi cuerpo muriendo de hambre en un callejón.

Solo puedo averiguarlo de una manera.

Tomaré un poco de algodón de azúcar.


FIN



¡Pequeño roedor que has leído hasta el final! 
Las ratas agradecen tu hazaña y brindan en tu honor.
Mientras una toca una pequeña ocarina, otra baila animada, y una tercera te recuerda:
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