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Última tinta

Una idea titilaba entre brumas de ignorancia. 

La soberbia del matemático agarró el timón.

Surcaría sobre papel oleadas de cálculos quiméricos,

para zozobrar con vientos de inexactitudes irracionales.

Su bajel no podía atravesar aquellas aguas.   

Y sus conjeturas huyeron por ocultos recovecos

del Infinito laberinto de su mente naufragada.


Sobre papel picaba nervioso con su bolígrafo. 

Subía y bajaba y tintaba el folio,

y subía y bajaba y sangraba vida.

Y la vida quedaba sobre el pliego. 

Rastro delator, olvidado por un criminal imprudente.

Estertórea víctima al límite, todavía con vida.

¿Y la arrogancia? ruborizada por tamaña osadía.


Se creyó capaz de rivalizar con Dios.

Modelar una realidad caótica, dotarla de armonía.

Orden lógico, variables conexas en sucesos inconexos.

Concebir para predecir, quizás, un posible devenir.

Despojar al futuro de toda posible sorpresa.

Ahora, sin rumbo alguno, a la deriva, 

su mano solo fue capaz escribir: ESPERANZA.


¿Por qué había escrito aquella involuntaria palabra?

Volvió a intentar y formuló nuevas ecuaciones.

Pero el trazo se tornó en flores

Y de aquellas flores brotaron extraños animales.

—¡Basta de rebeldías! —ordenó a su mano—,

            Quiero la solución y debe ser calculada.

            ¡Escribirás solo lo que yo quiera! ¿vale?


—¡No! ahora será lo que yo sienta.

            No mires con asombro a tu diestra.

            La rebeldía es mía, ¡soy el bolígrafo!

            casi toda una tinta llevo calculando contigo.

            Ahora gastada entre números, puntos y desesperos.

            Yo solo quiero escribir unos últimos sentimientos:

            Efímero, soledad, etéreo, melancolía, olvido, perdido, sueño…


Trazó sin descanso en todo espacio vacío.

Llenó de vida los deshabitados yermos blancos.

Surgieron de la nada nubes y montañas.

Caos hermoso surcando el orden del vacío.

Entonces, silenciosamente y sin presentar más batalla.

la línea se difuminó hasta la nada.

Se terminó la tinta, no podía seguir.


La mano quedó libre del extraño cautiverio.

En el caos vio un patrón oculto.

No cayeron en tierra yerma aquellos trazos.

Allí, escondida, estaba la solución que buscaba.

Sin embargo, no pudo escribir la respuesta.

Guardó aquel bolígrafo entre afecto y sorpresa.

Pues con arte, había sometido su arrogancia.



FIN



¡Pequeño roedor que has leído hasta el final! 
Las ratas agradecen tu hazaña y brindan en tu honor.
Mientras una toca una pequeña ocarina, otra baila animada, y una tercera te recuerda:
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