Ir al contenido principal

Desfiladero

Ocurrió hace mucho tiempo, cuando los hombres todavía no sabían levantar casas y erraban por tierras polvorientas nunca antes pisadas, cuando cada montaña era una nueva maravilla, una piedra afilada el máximo símbolo de poder y conseguir una buena presa podía marcar la diferencia entre continuar errando o ser parte del camino.

Cuatro cazadores avanzan entre matorrales. En fila. El jefe a la cabeza. No ocultan su presencia, hoy no buscan presas. Pero tampoco pronuncian palabra alguna desde hace rato. Buscan la forma de llegar a lo alto del desfiladero. La pendiente es pronunciada y el sol castiga sus hombros.

—¡Vamos! —ordena el jefe—. Ya casi estamos.

Tras él camina Lar. Más joven, más fuerte. La subida es nada para él. Pero su corazón salta acelerado e inquieto en el pecho. Sabe lo que va a pasar.

«Esa será una de tus últimas órdenes. Disfrútala. Cuando lleguemos arriba, solo hará falta un pequeño empujón. Pisó una piedra suelta y se precipitó al vacío diremos. Todos creerán que ha sido un accidente. No harán falta más explicaciones. Entonces, yo tomaré las decisiones. Llevaré a nuestro pueblo al Sur, siguiendo a las presas».

—¡Vamos a parar bajo ese árbol! —anuncia de pronto el jefe.
—No es necesario —contesta Lar.
—Quizás a ti no te haga falta. Pero desde aquí escucho como Koi se está ahogando.

Koi es el tercero de la fila. Ha sobrepasado los cincuenta, el más mayor de los cuatro, el más anciano de la tribu. Todos coinciden en su buen juicio, y es considerado un sabio. Su corazón salta desbocado dentro de él. La subida es dura, y también sabe lo que va a pasar.

«Has empezado a tomar decisiones extrañas. A romper las tradiciones. Siempre hemos seguido a las grandes manadas en sus viajes. Ahora, tú quieres que nos quedemos quietos en este lugar, dejar de viajar. ¿Qué haremos cuando llegue el frío? ¿Por qué has empezado a apilar piedras? ¿Acaso para vivir entre ellas? Solo hará falta un pequeño empujón. Diremos que el sol te cegó y te acercaste demasiado al borde. Si yo lo digo, todos lo creerán».

Se detienen bajo el árbol. El jefe se sienta sobre una piedra. Una brisa suave le alivia la piel.

—¡Qué calor! ¿Quieres un poco de agua Lar?
—No —contesta secamente.
—¿Koi?
—Sí —responde mientras coge la vejiga de ciervo llena de agua que le ofrece el jefe. El calor la ha calentado, pero aun así alivia.
—¡Hey! ¡Moa! Estás muy callado. ¿Qué te pasa?

Lar y Koi lanzan una feroz mirada al pequeño Moa. Es prácticamente un niño. Y es la primera vez que le permiten ir con el jefe y otros cazadores. Titubea, no le salen las palabras.

—Tranquilo. ¿Estás cansado?
—N-N-No… —la respuesta casi se pierde, pronunciada en un inaudible tartamudeo.
—¿Cómo estás Koi?
—Vamos a seguir —responde. Quiere descansar un poco más, pero siente impaciencia por llegar.

El jefe se levanta y reanuda la marcha. Lar lo sigue. Después Koi. Y en último lugar Moa. Camina perdido en el recuerdo de hace tres noches. Cuando hablaron sobre lo que debía ser hecho. Cuando se decidió que necesitaban ser dirigidos por alguien más joven y fuerte. Por alguien que respetara las tradiciones.

—¡Hemos llegado! —anuncia el jefe—. Muy bien, escuchadme.

Lar y Koi se preparan. Solo necesitan un despiste.

—¡Fijaos! El río se retuerce en un giro muy brusco en esta parte. Y encima, en esta época está casi seco. Podremos caminar por el lecho.

El jefe no está cerca del borde. Todavía no es el momento. La curiosidad del niño es fuerte y se asoma al fondo. Lar y Koi también miran abajo, no quieren levantar sospechas.

—¿Si podemos caminar por el río para qué hemos subido?
—Porque uno de vosotros guiará hasta aquí a las mujeres, Koi.
—¿Qué? ¿Participarán en la caza? —pregunta Lar.
—Esta vez sí.
—¿Por qué esta vez? —pregunta el pequeño.
—Van a lanzar piedras. Mira bien Moa —dice cogiendo una piedra del tamaño de su puño y llevando a Moa hasta el extremo—. Haremos que la manada entre en el desfiladero. Cuando lleguen a la parte que tenemos justo abajo se quedarán quietos.
—¿Por qué?

Lar ve la oportunidad y se acerca al jefe. Está distraído mientras explica al pequeño su plan.

—Por ese lado pueden entrar y…

El jefe nota a Lar, está muy cerca de su espalda.

—¡Mira Lar! —dice girándose de repente y pasándole el brazo sobre los hombros—. Acércate. Deja espacio Moa, vete para atrás. Observa, el río lleva poca agua…

Koi está nervioso, pero no puede hacer nada. El jefe y Lar están sobre un pequeño saliente, si él se acerca o trata de empujarlo pueden caerse los tres. Decide asomarse y atender a la explicación. Deja la situación en manos de Lar, él sabrá cuando actuar. ¿Por qué lo Moa lo está mirando de esa manera? A saber que pájaros cantan en la cabeza del chico.

—…pero al girar hay una pared de roca, un salto de agua cuando llega la crecida del río, no pueden escapar por ese lado. Las piedras que lanzarán las mujeres distraerán a las presas. Podremos abatir a muchas y el resto…

El desfiladero tiene una gran altura, pero el grito de terror no dura mucho tiempo. Lar mira hacia abajo y se sorprende al ver como el cuerpo de Koi impacta en el lecho del río, la sangre mana lentamente, se extiende sobre las rocas y la arena.

Había sido el pequeño Moa, lo había empujado. ¿Por qué? Mientras mira el cuerpo sin vida de su cómplice el mundo comienza a dar vueltas, un dolor palpitante en su cabeza hace que todo se torne oscuro. No siente el vértigo de precipitarse al vacío. Ya está muerto mientras cae.

—¡Menos mal que me avisaste anoche pequeño!

Tanto la roca como su mano están ensangrentadas. El jefe lanza la piedra al fondo del desfiladero y vierte entre sus manos el agua que queda en la vejiga de ciervo.

—Moa… —empieza a decir sin mirarlo, concentrado en lavarse— algún día comprenderás que a veces hay que tomar decisiones que no quieres o que no te gustan. Cada decisión es…

El pequeño Moa ya no presta atención a la lección. No puede quitar ojo a sus manos. No tienen una sola gota de sangre. Pero hasta su último día tendrá la costumbre de frotárselas, intentando eliminar unas manchas que solo él puede ver.


FIN



¡Pequeño roedor que has leído hasta el final! 
Las ratas agradecen tu hazaña y brindan en tu honor.
Mientras una toca una pequeña ocarina, otra baila animada, y una tercera te recuerda:
Síguenos, comparte y no olvides que también estamos por Facebook e Instagram

Comentarios

Entradas populares de este blog

Esa mano ajena

Toni Lobo o sorpresas de comprar barato

Ya nadie escribe cartas de amor

Pequeña musa