El lugar estaba lleno de curiosos y toda la prensa nacional e internacional. Se habían desplazado hasta la frontera para ser testigos de lo que había terminado por convertirse en una especie de tradición —como el traspaso del fuego olímpico— desde que aquel hombre fuera detectado por primera vez en un remoto lugar Rusia.
Mientras él llegaba, despacio, pasito a pasito, sonaron en la frontera los himnos de Francia y España, en ese orden. Allí estaban el rey y el presidente de la república francesa; además de toda la plana del gobierno —y oposición— de ambos países. Se pronunciaron discursos, se realizaron promesas y se aprovechó para aparecer frente a las cámaras firmando algo irrelevante revestido de solemnidad.
Pasadas varias horas, aquel hombre pisó con un pie, el izquierdo para ser exactos, nuestra tierra. Los flases de las cámaras empezaron a zumbar y los curiosos a vitorear. Las personalidades de ambos países se estrecharon las manos y mis compañeros de la guardia civil y yo, designados a velar por la seguridad de aquel hombre, hicimos lo mismo con los gendarmes franceses.
—¿Algún consejo? —pregunté en un francés básico y mal pronunciado.
—Tranquilo, no os dará mucho trabajo —contestó el gendarme en un español bastante malo también.
—¿Y esas zapatillas?
—¡Oh! Una señora de Lyon, no sabemos cómo, se las apañó para ponerle unas nuevas.
Y así llegó hasta España aquel hombre, salido de solo Dios sabía dónde. Camboya o Laos según algunos expertos. Había sorteado sin problemas ríos, montañas, valles y otros obstáculos hasta llegar a nuestra tierra. Avanzaba con paso lento, cabeza ladeada y la respiración tranquila y profunda de un bebé durmiendo en su cuna. Antes solo lo había visto por televisión y no llegaba a creérmelo. Pero ahora, al verlo frente a mí, avanzando con los ojos cerrados, sí lo creí. Aquel hombre caminaba en sueños.
Científicos de todos los países habían tratado de despejar aquella incógnita sin éxito. Los alemanes consiguieron ponerlo sobre una cinta y estuvieron varios días monitoreando sus constantes sin llegar a conclusión alguna. Mucho antes de eso, y no quiero saber cómo, los rusos intentaron despertarlo. Y en otro país, ahora no recuerdo cual, lo retuvieron en una celda, donde no dejó de caminar en círculos hasta que, por presiones internacionales, fue liberado.
Los religiosos decían que era algún tipo de señal, pero como no llegaron a ponerse de acuerdo sobre el tipo de esta, dejaron el asunto aplazado a próximos cónclaves. Quizás dentro de cincuenta o cien años sea canonizado como el santo durmiente.
Una vez los medios recogieron la noticia del relevo y los curiosos tuvieron sus fotos subidas a redes sociales, el lugar empezó a despejarse. Aunque primero tuvimos que apartar a varios oportunistas que trataron de ponerle camisetas con el logo o nombre de sus negocios. Al único que dejamos pasar fue a un niño, quería ponerle una gorra para que no le molestara el sol.
Y os aseguro que fue cierto lo que me dijo aquel gendarme, faena no daba el extraño sonámbulo. Solo había que seguirlo, parar el tráfico en algún punto y apartar a alguna persona. Mientras lo seguíamos en su extraño sueño, yo no hacía más que preguntarme cómo era posible aquel prodigio. Él solito encontraba el mejor camino para salvar cada obstáculo sin detenerse. Cuando llegaba a una localidad era vitoreado y aplaudido, mientras, pasito a pasito, continuaba su camino siguiendo las calles, salvando los bordillos, farolas, señales de tráfico y personas.
No había constancia de cansancio, y esa era la mayor incógnita de todas. ¿Cómo podía, sin comer ni beber en meses, o incluso años, seguir avanzando sin desfallecer? Es algo a lo que he dado muchas vueltas desde antes de tomar el relevo en la frontera. Debería ser poco más que unos huesos cubiertos de piel. Un día, durante mi turno de descanso, hablé por teléfono con mi hija de ocho años y me dio la única explicación que a partir de entonces acepté como válida. “Cada paso le deja más cerca de su destino papá. Se alimenta de sus sueños”.
Al final estuvimos con él varios meses, no avanzaba en línea recta, en ocasiones se desviaba hacia el este o hacia el oeste, otras volvía varios kilómetros en dirección norte. En Portugal se especulaba mucho sobre el lugar por el que entraría a su país y ya tenían varias unidades en diferentes puntos preparadas para realizar el relevo. Pero al final, aquel extraño soñador los dejó con la ilusión y, en algún lugar de Andalucía, cambió de rumbo para seguir su camino hasta Málaga.
Cuando llegó a la playa, y la espuma le rozó las zapatillas, se detuvo. Era la primera vez que ocurría en miles de kilómetros. Jamás se había detenido por nada. Pero allí estaba. Plantado frente al Mediterráneo, rodeado de curiosos, bañistas, la prensa, el alcalde, olor a sardinas espetadas y el más absoluto silencio, solo roto por el vaivén de las olas.
—¿Se ha despertado? —Preguntó mi compañero.
—Está igual que siempre —contesté— duerme como un lirón.
Tras unos minutos avanzó. Con el primer paso, el derecho esta vez, para los puntillosos de la información, su pie se hundió hasta el tobillo. Con el tercero, el agua le llegó hasta las rodillas. Y así, pasito a pasito, tal y como había avanzado desde el más recóndito lugar del mundo, desapareció entre olas, la espuma y el estupor de los presentes.
La marina y pescadores de la región peinaron sin éxito las profundidades durante días. Se dice que podría aparecer en algún lugar de la costa africana o en algún punto de américa si pasa el estrecho, así que ahora todos los países lo buscan. De momento se desconoce si continúa caminando por el fondo del mar o si flota ahogado a la deriva.
Yo, por el contrario, no quiero que nadie lo encuentre, deseo que le dejen terminar su camino en paz. Pienso en él a menudo, lo veo surgiendo de las aguas en algún punto de oriente medio. Lo veo atravesando desiertos y junglas hasta volver a su hogar, a su añorado lecho. Donde despertará preguntándose si ha caminado por todo el mundo, o si la verdad era aquella a la que despertaba ahora y jamás ocurrió nada de lo anterior, mientras todos aquellos que lo acompañamos en su largo periplo onírico desaparecemos poco a poco, como recuerdos de un sueño desvanecido al tocar la mente el mundo real.
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