Por alguna razón, mi padre siempre mantuvo aquel viejo esqueleto humano en el granero.
«Al viejo Paco le gusta estar ahí sentado, tu bisabuelo ya lo intentó enterrar tres veces y al día siguiente siempre volvía a encontrarlo sentado en su esquina» solía decir.
Un día entraron a robar dos individuos. Se llevaron los pocos ahorros que teníamos tras darle una paliza a mi padre.
Al día siguiente entré al granero y vi al viejo Paco sentado en su esquina. Parecía sonreír divertido, con su cabeza un poco ladeada y la mandíbula, que nunca llegué a comprender cómo diantre se sujetaba en el sitio, un poco abierta.
Pero esta vez tenía a sus pies una bolsa con lo robado el día anterior. Y en el regazo, con los cabellos enmarañados entre sus manos huesudas y con expresión de haber muerto de puro terror, las cabezas de los ladrones.
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