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El baile

Aquel uno de noviembre se casaba uno de mis amigos, y yo me encontré sentado en una de las mesas sin saber muy bien como había llegado hasta allí.

Miraba con una media sonrisa el baile nupcial de la pareja. Era divertido verlos, a pesar de todo lo que habrían practicado se notaba la torpeza y la duda en sus pasos. Terminó el vals y se pudo notar el alivio de la pareja. Habían hecho el baile por tradición, yo los conocía bien y ninguno bailaba, no les gustaba. Cuando finalizaron los aplausos empezó a sonar otra música más actual y los invitados fueron animándose poco a poco a salir a la pista.

Desde mi sitio veía todo el salón, no me apetecía unirme por el momento, pero entonces las puertas se abrieron y entraron otras personas. Eran de todas las edades. Algunos vestían normal y otros con ropa y estilos antiguos. Al principio me sorprendí, eran muchos y llenaron todo el salón. ¿Se habían colado? ¿Eran de otra boda? Pero a nadie parecía importarle, de hecho, era como si nadie los viera.

Una chica se acercó hasta mi mesa, llevaba un bonito vestido de época, aunque no sabría decir de cual. Me tendió la mano invitándome a bailar. Irradiaba una dignidad y belleza diferentes, como las grandes actrices del cine clásico.

─Primero te enseño, luego diriges ─dijo.

Y la seguí. Era buena maestra, con seguridad y paciencia me enseñó unos pasos que jamás había imaginado. Me llevó por toda la sala dando vueltas y más vueltas. Yo temía chocar con alguien y tirarlo. Pero eso nunca ocurrió. Pasábamos entre los invitados a gran velocidad, sin rozarlos y sin que ellos se inmutaran ante aquel frenético baile.

Paró de repente.

─Ahora tú. Ya conoces los pasos. Dirígeme.
─No estoy seguro, creo que te voy a pisar.

Ella rio divertida.

─No creo que eso pase.

Di unos primeros pasos inseguros y al poco comprendí que no se me daba tan mal. Me dejé llevar por la sucesión de movimientos que aquella misteriosa maestra me había indicado. Danzamos durante horas, no la pisé ni una sola vez, me divertía… ¡Qué digo! ¡Nos divertíamos muchísimo!


Hasta que los relojes dieron las doce. Ella se detuvo en seco.

─Tenemos que irnos ─dijo.

Se dio la vuelta y caminó hacia la puerta. Así como todos aquellos extraños invitados que habían aparecido de repente.

─¡Espera! ¡Quédate conmigo!

Pero cuando intenté tomarle la mano ella se giró y me tocó la frente con el índice.

─Haz memoria.

Y las imágenes llegaron: el día de escalada, la piedra suelta, una cuerda rota y una caída eterna.

Me quedé paralizado, yo quería quedarme y ella me había recordado que ya no pertenecía a aquel mundo. Me desvanecería, el último capítulo de una historia que nadie leería.

Ella me tomó por el brazo y me llevó hasta la puerta, allí me giré y cerré los puños con todas mis fuerzas por no ser capaz de llorar cuando vi por última vez a mi amigo.

─Tranquilo ─dijo─. En este lado te darás cuenta de que los vivos no viven tanto tiempo. Y el año que viene podríamos bailar otra vez.



FIN



¡Pequeño roedor que has leído hasta el final! 
Las ratas agradecen tu hazaña y brindan en tu honor.
Mientras una toca una pequeña ocarina, otra baila animada, y una tercera te recuerda:
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