Un pequeño insecto camina por el desierto que mi imaginación trata de llenar. Es pequeño y grácil. Se acerca hasta la punta de mi lápiz. Yo la retiro. Se detiene y retrocede. Decido seguirlo. Ahora gira hacia un lado. Lo copio. Y así seguimos un rato, desde el principio hasta el final y de vuelta al inicio. Advierto un ritmo en nuestro peculiar baile. Danzamos trazos de carboncillo al ritmo de un vals que nadie más escucha.
Llegamos al final de la página. Salta, hace una cabriola en el aire y aterriza en el inicio. Asesto el punto y final. Me observa. Mueve sus antenitas en círculos. Miro la página. No hay líneas o rayajos azarosos sino letras nacidas de un baile misterioso.
Yo observo con la boca abierta. ¿Creerás lo que vi? Palabras, sujetos, predicados. ¿O lo que leí? Ideas, tramas, argumentos. La pequeña musa danza frenética en el aire. ¿Para mí? Pregunto.
Entonces describe tres círculos y se lanza al fondo de mi estómago. ¿Qué es esto? ¿Por qué lo hizo? ¿Una última lección? La pequeña musa se fue. Pero nuestra danza ha quedado. No me horrorizo. Doy gracias por la última lección. ¡Dejaste de ser! Y, aunque yo soy, también dejaré de ser. No debo perder más tiempo. Tomo otra hoja, afilo el lápiz, dejo volar puntos, comas y letras y escribo y escribo y escribo hasta que también deje de ser.
Eso tienes que hacer empezar de nuevo,este camino que te encanta.
ResponderEliminarMuchas gracias :) 🐀🐀🐀🐀🐀
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