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Tampoco hay que precipitarse

Perdónenme el eufemismo, pero déjenme decir con amabilidad que yo quería quitarme de en medio.

Lo que pasa es que cuando estaba cerca del borde pensé que estaba muy bajo. Si no caía bien, encima me iba a quedar tonto, así que me subí a la terraza. Entonces recordé la impresión que ya desde pequeño me causaba cualquier caída y me dije que no, diez pisos sintiendo eso en las tripas no.

Así que busqué una soga y tras varias vueltas por la casa me quedé mirando el techo. ¡Pero si no tengo por donde pasarla, es todo ladrillo y cemento! ¿Y la lámpara? Seguro que no aguanta. Pues al campo a buscar un árbol no voy, que hay mucho bicho.

¿Y si chupo unos cables? No, que poco glamuroso.

Luego pensé en un enchufe y un destornillador, pero no quería salir en las noticias como un crío mal vigilado. Pero oigan, la tostadora apareció como una opción y cuando fui al baño caí en la cuenta: tengo ducha, no bañera. Miré la única zafa de la casa y el cubo de la fregona: muy pequeños.



¿Y si hago lo de las venas…? ¡No! Por Dios, que empastre, si no puedo ni donar sangre.

Entonces recordé las pastillas para dormir, abrí la caja y vi que sólo quedaba una. Tras echar un vistazo al reloj caí en la cuenta de que la farmacia ya estaría cerrada. No me apetecía conducir hasta la de guardia, así que dije, mira, ya si eso, mañana antes del trabajo pego un volantazo y me voy bajo un camión.

Pero no, tampoco. ¿Y si le hago mal a alguien? No quiero eso, sólo quiero no ir a trabajar nunca más.

Así que bueno, al final me dije: ¡Oye! Que voy a palmar igual, así que mejor me dejo de prisas y planifico algo bien, que mientras tanto igual me cae una maceta en la cabeza y adiós.

Tampoco hay que precipitarse.


FIN



¡Pequeño roedor que has leído hasta el final! 
Las ratas agradecen tu hazaña y brindan en tu honor.
Mientras una toca una pequeña ocarina, otra baila animada, y una tercera te recuerda:
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