Había mucha gente en la calle de compras principal de la ciudad comercial número 256.
Así que el ritmo de la música automática que se escuchaba a través del implante auditivo de Sónica cambió y se aceleró. Aquello facilitaba el tránsito, los consumidores avanzaban a una mayor velocidad por la calle si el volumen era elevado y la música tenía un tempo mayor. El rítmico y grave martilleo solo disminuía de vez en cuando para insertar automáticamente algún anuncio.
“Rojo Marte para sus labios. Un color de otro planeta. De La Beauté”.
Derecha, izquierda, derecha… todos se movían al mismo ritmo por el mar de cabezas que era la larga calle principal. Todo eran tiendas, edificios llenos de ellas, conectados por pasarelas con más tiendas. Centenares de lugares donde comprar ropa, centenares de lugares donde comer o beber, centenares de lugares donde comprar los últimos accesorios para el cuerpo.
“Nuevo implante Iris 5F. El color de ojos que te apetezca.”
La calle estaba perfectamente delimitada por un carril de ida y uno de vuelta. No se podía cruzar, de intentarlo un pitido de aviso ensordecedor empezaba a sonar en el implante y obligaba a volver al carril. Para cambiar al otro lado había que utilizar uno de los múltiples pasos a nivel que existían a lo largo de toda la calle. Por ellos se salía, o entraba. Y, además, servían para acceder a diferentes recorridos que existían en el resto de niveles. Sónica avanzaba un poco más rápido que el tempo marcado.
“Hoooola compis de sandalias…”
Había pasado frente a una tienda de calzado y un anuncio saltó automáticamente en su implante ocular. Era un chico con voz estúpida que tenía un canal en la red y hablaba sobre zapatillas y otros tipos de calzado, ella lo seguía y solía comprar lo que anunciaba. Sandalias en la red se llamaba. Quitó el anuncio. Por suerte era uno de esos que se podían cerrar antes de que terminaran, de no haber podido no habría visto la salida que debía tomar, el anuncio había saltado justo sobre su mapa.
—¡Señor! Tenemos una posible disonancia.
—¡No será en mi turno! —exclamó mientras se acercaba, sin prisa, al monitor de su subordinado—. ¿Cuantos anuncios lleva cerrados?
—¡Cinco, señor!
—Bueno está dentro del intervalo de tolerancia —dijo mientras daba un sorbo al batido proteínico que sustituía su almuerzo. Era un sabor parecido a fresa y plátano, aunque llevaba de todo excepto esas dos frutas—. Vamos a revisar el resto de parámetros.
La música cambió una vez estuvo fuera de la calle principal. Era más relajada, y lo mejor era que ahora podía cambiar y escuchar lo que quisiera, aunque a ella le seguía sin gustar. Había mucha variedad de artistas para escuchar a través de los implantes, sí, pero todos hacían la misma música. ¿Era la única que se daba cuenta de aquello? Cada semana aparecían nuevos temas, prácticamente iguales a los de la semana anterior.
—¡Mire este indicador señor! Ha pasado frente a varios puestos en los que tenían los productos de su lista de deseos y no los ha comprado…
—Revisa su cuenta bancaria —Otro sorbo despreocupado de batido.
—Confirmo señor. Dispone de efectivo y ha cobrado su asignación mensual.
—Incrementa los anuncios…
Empezaron a saltar anuncios en el campo de visión de Sónica. Ahora el mapa quedaba completamente tapado y solo podía ver por los reducidos espacios que quedaban entre ellos. Sabía porqué era. La habían detectado. Así que…
—¡Señor! ¡Ha funcionado!
—¿Qué ha comprado?
—Un collar… de Gadöt.
—Umm… —Otro sorbo de batido, pero ahora un poco más preocupado—. Es una disonancia.
—Pero señor… ha consumido.
—La compra que ha hecho tiene una promoción… 70 minutos sin propaganda... Si no podemos mandarle promociones el canal queda también cerrado a un pitido paralizante—dejó el batido en una mesa, era asunto serio—. Espero que la nueva generación de implantes solvente este problema. ¡Rápido! Ubicación y posibles rutas.
Sónica bajó y subió escaleras, atravesando el intrincado sistema de pasarelas, plataformas, pasillos, callejones, corredores, calles, galerías… Tuvo que ignorar pantallas móviles que la seguían reproduciendo las últimas ofertas y vendedores que tenían sus tiendas escondidas en recónditos lugares y necesitaban atraer a los clientes desde las zonas más concurridas. Tuvo que atravesar varios edificios hasta llegar al pequeño puesto que buscaba.
—¡Quería comprar…! —dijo apresuradamente nada más entrar.
—¡Wow, wow! Te equivocas, aquí se compra, no se vende. Yo, yo soy el que compra.
—¿Qué compras?
—Piezas y recambios. Para vender en ciudad comercial 128.
—Está bien. Entonces te vendo mis ojos y mis implantes auditivos, mi sistema de ubicación…
—¿Tienes los nuevos recambios para que te los instale?
—No, quiero quitármelos todos.
—¿Estás loca sintética? ¡No puedes hacer eso! ¿Quieres que me cierren el garito y que pierda mi licencia?
—Por favor… Tú no lo entiendes, solo eres un humano normal.
—Los tuyos casi nos masacran en la última guerra. Podríais haber sido mejor que nosotros y al final solo copiasteis y magnificasteis nuestros peores errores y costumbres. ¡Creados a nuestra imagen y semejanza! ¡Ja! Una silenciosa venganza por nuestra parte. ¿No?
—Por favor…
Lejos de allí, en una oficina, el supervisor de seguridad y uno de sus ayudantes vigilaban atentamente una cuenta atrás…
5…
—¡Señor! La brigada ha llegado hasta la ubicación de la posible disonancia.
2…
—¡Adelante! —dijo con los brazos cruzados sobre su panza.
Las brigadas entraron en la pequeña tienda de piezas y recambios. Cuando entraban en acción siempre apuntaban a la cabeza, y nunca fallaban en caso de abrir fuego.
0…
Un terrible pitido resonó en el interior de la cabeza de Sónica. Su visión se vio invadida por centenares de anuncios. Cayó al suelo, desorientada. Las brigadas aprovecharon para apresarla. Se la llevaron en volandas, entre gritos. Sin dejar de apuntar a la cabeza del tendero, que tenía las manos claramente a la vista, bien altas y quietas.
—Abre el micro, conecta con las brigadas.
—Listo Señor.
—Sargento, diríjanse a reacondicionamiento. Tiene toda la pinta de ser una disonancia. Repasaremos la memoria, creo que necesita un borrado parcial. —Dio una palmada de aprobación en el hombro de su subordinado, un trabajo bien hecho. Ahora que todo estaba tranquilo volvió a coger su batido y bebió un trago. Por su mente sintética pasó fugazmente la idea de que jamás había visto una fresa o un plátano. Se acercó a otro subordinado, alguien había cruzado la línea de separación en la calle principal.
Por su parte, el tendero trataba de tranquilizarse. Le aterraban las brigadas, eran como tanques, con aquel uniforme negro que parecía una armadura. Buscó en su bolsillo y sacó una pequeña tarjeta de almacenamiento. Al menos ellos podían hacer una copia de si mismos. Los humanos no podían utilizar aquellas vías de escape. No sabía que sucedería con la chica que se habían llevado. Pero su copia despertaría en otro lugar, sintiendo que había escapado al sistema. Abrió un cajón y lanzó la tarjeta de memoria de Sónica junto todas las que tenía allí guardadas. Algún día, quizás. O tal vez pudiera vender todas aquellas memorias y retirarse.
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