Era guapa la nueva enfermera que nos ha acompañado hoy hasta la consulta. ¿A que sí?
—No era enfermera. Era recepcionista.
—Ah… bueno, da igual. Era guapa.
—No empieces por favor. Siempre haces cosas que me dan mucha vergüenza.
—¡¿Pero a ti no te ha parecido guapa?!
—Bueno… sí…
—¿Y por qué tienes reparos en decirlo? Que ojazos tenía.
—Sí… supongo que sí.
—¡Dile algo cuando salgamos! Invítala a cenar.
—No, no, no… Jamás, ¿Y si ya tiene pareja? ¿Y si no le resulto atractivo?
—Oh, vamos. Si no lo haces tú… lo pienso hacer yo.
—No. Siempre acabas dejándome en evidencia. Quédate callado esta vez.
—Cuando salgamos le preguntaré a qué hora termina y si le gustaría cenar. Es muy simple. Si dice que no, nos vamos. Si dice que tiene pareja, nos vamos. Si duda…
—Si duda, no la dejarás en paz ¿verdad?
—Tenemos que venir más veces a este sitio. La próxima vez podríamos traer un regalito para ella.
—¿Y cómo sabremos lo que le gusta?
—Cualquier detalle servirá.
—¿Una flor?
—No seas tradicional. Seguro que la próxima cita es para dentro de dos semanas, ya iremos viendo. Cualquier tontería servirá.
—No, no me atreveré.
—Tranquilo, yo se lo daré.
—Pero no hagas nada extraño esta vez.
—¿Cómo subirme a la mesa en mitad de un restaurante a declarar mi amor frente a todos los presentes?
—Eso mismo, aquella chica se marchó por la vergüenza que pasó.
—Pues te dejaré a ti.
—¿Y de que hablo con ella?
—Yo que sé. Habla de los lugares a los que te gustaría viajar.
—¿Y si ella ha leído el historial?
—No te alarmes, en ese caso tendremos que redoblar esfuerzos.
En ese momento se abrió la puerta y entró el doctor.
—Buenos días señor Williams. Vaya. ¿Hoy no le acompaña su madre?
—No, no se encontraba muy bien.
—Muy bien, es un gran progreso para usted. Me alegra que se haya atrevido a venir solo.
FIN
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