Ramiro Ramírez, inversor en bolsa, miró su cuenta corriente.
Había engordado en la última semana como el hígado de una oca antes de convertirse en paté. Los negocios iban bien. El precio pagado por tales beneficios: olvidar toda ética. Con una moralidad tan maltrecha todo límite quedaba en manos de la legalidad. Pero con una ley difusa, podía ser ladrón sin ser delincuente. Así que Ramiro Ramírez contó los ceros de su ingreso obsceno y exclamó: ¡VIVA EL LIBRE MERCADO!
FIN
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