–¡Ay chicos! Como añoro los días en los que era tan solo un poco de arcilla esparcida por el campo. Aquello era otra vida… Sentía la lluvia caer y filtrarse. Entonces, las plantas dejaban crecer sus raíces a través de mí y se alzaban alegres hacia el sol. Luego llegaba la época de calor y se secaban, se quebraban, y yo… entristecía. Pero siempre volvía a llover, solo había que esperar.
El ladrillo paró su discurso en seco, unas manos se acercaron y se llevaron otro ladrillo de la pila.
–Un día llegaron las máquinas, eran grandes y ruidosas… me recogieron a palazos, jamás he vuelto a ver aquellas piedras que eran amigas mías, acabaron trituradas y desechadas. Me sometieron a extraños procesos: me prensaron, me cocieron… me empaquetaron junto a vosotros y…
Volvió a silenciar su discurso, esta vez las manos se lo llevaron a él.
– ¡Buf! Menos mal que se lo han llevado.
– ¿Cuántas veces nos ha contado lo mismo?
– Demasiadas, no hubiera soportado escucharlo otra vez, menos mal que…
Las manos volvieron y cogieron el ladrillo que acababa de quejarse. Con movimientos expertos fue cubierto por una húmeda pasta y colocado junto a otros en una pared a medio terminar. Unos pequeños golpecitos arriba y otros en el lateral. Ahora estaba perfectamente alineado, pegado, una pequeña parte de un todo, por los siglos de los siglos, hasta que el tiempo lo convirtiera de nuevo en polvo.
– ¡HEY COMPAÑERO! ¿Te he contado alguna vez cuando era arcilla en el campo? – dijo un ladrillo junto a él.
– ¡Mierda!
FIN
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