La última vez que se vieron antes de querer matarla fue en el pueblo. Él se había acercado para preguntarle por el motivo de sus lágrimas; y ella, entre sollozos, le pidió que por favor recuperase su colgante robado.
—Iré ahora mismo a recuperarlo.
—Significa todo para mí. No tengo mucho, pero seguro que en mi pobreza encontraré algo con lo que… pagarte.
Intentó ocultar una sonrisa involuntaria ¿Y si pedía un adelanto? Mejor no, confiaría en un buen pago por un estúpido favor.
—Ese maldito ratero vive a las afueras, cerca del aserradero —dijo la chica.
—Partiré ahora. Al amanecer estaré de vuelta.
—Ten cuidado, por favor —dijo preocupada.
Cuando llegó al sitio indicado ya había oscurecido y no se veía ninguna luz en la casita. Avanzó tratando de hacer el menor ruido posible y abrió la puerta muy despacio, no estaba cerrada, los goznes no chirriaron. Sobre la mesa, un pequeño objeto reflejaba la luz de la luna que se filtraba por las ventanas.
Avanzó en silencio a pesar de que no parecía haber nadie en el interior. La madera del suelo ni siquiera crujió. Tomó el colgante y aún a la escasa luz que había advirtió el insignificante valor de la joya. No entendió el porqué de tantas lágrimas por una baratija como aquella. No importaba, era momento de volver, quizás pudiera tener su recompensa antes del alba.
Antes de poder meterse el colgante en el bolsillo algo lo levanto en volandas y cerró sobre su cuello una dolorosa dentellada. Se revolvió como pudo, el agarre era fuerte, su carne débil, consiguió liberarse dejando un trozo de piel entre aquellos afilados dientes. Gateó a oscuras, sujetando el alma que escapaba, roja, entre sus dedos. Se apoyó contra la pared y vio una silueta humana recortada frente al plata de la luna en la ventana, su respiración era un gruñido.
¿Cómo podía alguien tener tanta fuerza como para levantarlo? En su cabeza trazó una ruta hasta la puerta. Debía ser rápido, estaba perdiendo sangre y no tardaría en empezar a marearse.
Justo cuando consiguió ponerse en pie, apareció la luz de un farol. Se quedó paralizado mientras aquella débil luz llenaba la estancia y su atacante se retiraba hasta un rincón más oscuro. Tras el farol caminaba una figura con gracia femenina. La cabaña se plagó de sombras fantasmagóricas y pudo ver el rostro de la recién llegada, indiferencia esculpida en blanco refulgente, era ella.
Había sido una trampa. Sintió odio y furia contra aquella hermosa mujer que entre lágrimas había suplicado ayuda y convidado a placentera recompensa. Sacó su cuchillo y la amenazó. Ella, impasible, se limitó a levantar el farol y abrir la puertecita que daba acceso a la tea.
—Maldita… te voy a sajar desde el pecho hasta el c…
La mujer soplo la llamita, desterrando todas las sombras, fundiéndolas en una. Algo se movió más rápido que la oscuridad. Hubo un corto forcejeo, un grito acallado entre dientes y desgarros. Un cuchillo cayó limpio sobre el suelo ensangrentado.
Tras unos instantes, el chasquido de un yesquero interrumpió la silenciosa alimentación. La tea volvió a brillar y la mujer la metió en el farol. Frente a ella había un hombre, iluminó su rostro y le limpió tiernamente la sangre de la boca. Ella sonrió. Él estaba preocupado, como siempre. Solo podían verse con seguridad la noche en la que él conseguía acallar su sed.
—Ya sabes lo peligroso que es esto. Sufro al ver cómo te arriesgas a menudo con este tipo de gente. Incluso cegado por el hambre, siento dolor en un corazón que ya no late.
—Mi amor. No debes preocuparte.
—¡No! Esto… no es fácil. Es un castigo eterno que no te deseo. Vivir en muerte y hoyar la noche temiendo el día. Perder poco a poco aquello que fui y no llegar a ser nunca nada más que esto, solo para ver como el tiempo desgasta, sin reparo, lo único que amo.
—Pero tú puedes remediar el problema, déjame ser tu igual y solo nosotros veremos cómo hasta el tiempo se marchita.
—No. Te lo he dicho cientos de veces.
—Al final cederás. De una forma u otra. O tu igual o tu sustento. No me importa amor. Tengo paciencia.
Ella besó sus labios enrojecidos y rompió la escasa resistencia del peligroso amante. Ninguno de los dos sabía cuánto tiempo podría durar aquello; pero ahora no importaba, seguirían la discusión otra noche. Ahora solo quedaba abrazarse y amarse frente a la tenue luz del farol.
Me encanta ,me ha gustado mucho sigue así.
ResponderEliminarMuchas gracias :)
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