Nada más ver al niño sacó su Colt y lo amartilló. El pequeño estaba en medio del camino junto a un caballo muerto. No parecía haber nadie más, no era lugar para emboscadas, pero si alguien aparecía tras un arbusto o si un rifle lejano fallaba su disparo, él no lo haría con el pequeño. Rodeó al animal del suelo y detuvo su carro.
—¿Problemas rapaz? Estas muy lejos de ninguna parte ¿Y tus padres? —preguntó sin dejar de apuntarle.
—Señor, mi caballo… ¿Puedo viajar con usted hasta el siguiente pueblo?
—Primero dime donde están tus padres y qué haces aquí.
—Mi madre murió al nacer yo, y mi padre… fue asesinado hace un par de días.
—Lo siento rapaz, vivimos en un mundo complicado.
—Entonces… —Empezó a decir mientras se acercaba a la carreta
—Primero termina de contestar a mi pregunta.
—Supongo que presioné demasiado al animal. Estaba… persiguiendo al asesino de mi padre. Ahora se escapará y perderé su rastro.
—¿Vas armado?
—No señor.
—¿Seguro? ¡Date la vuelta! —dijo haciendo señas con el cañón de su Colt—. Ahora sácate la camisa del pantalón y enséñame esos tobillos, perfecto. Espera rapaz, el bombín, dale la vuelta, nada dentro… bien ¿Cómo pensabas vengarte del asesino pequeño idiota?
—Yo… me enteré de lo que le pasó y…
—Nunca dejes que el odio tome las riendas —dijo volviendo a enfundar el revolver.
—¿Me llevará a algún sitio? —dijo al ver que guardaba su arma.
—No voy a desviarme de mi ruta. No te dejaré en el pueblo más cercano. ¿Te parece bien?
—Sí señor.
—Delante solo hay sitio para mí, y detrás solo hay sitio para los muertos… Si eso no te molesta sube y hazle compañía a mi amigo.
Se asomó extrañado por el borde de la carreta y vio el ataúd. Madera barata, con una simple cruz pintada a mano sobre la tapa.
—¿Es usted… enterrador?
—Más o menos. Sube, no tengas miedo. Los muertos estarán quietos hasta el día del juicio final y si ese día es mañana… tranquilo, la tapa está clavada.
Vaya, ¿Quién me lo iba a decir? Ahora resulta que soy una diligencia. Si no llevara la carreta ni siquiera habría parado. Lo bueno es que si aparecen coyotes o algún otro animal no necesitaré gastar balas, podrán entretenerse con el chico mientras me alejo. O mejor, quizás pueda sacar un dinero por él. Hay gente de gustos desviados allá donde voy. Lo cierto es que le hubiera ido mejor no cruzarse conmigo. Pero ¿a quién le importa? Entre el rapaz y el del ataúd podré hacer varias visitas a las chicas de Madame Smith.
Ninguno de los dos pronunció palabra hasta que el cielo se tintó de rojos anaranjados, el hombre detuvo su carro.
—Nos queda poca luz. Date una vuelta y trae cualquier cosa que sirva para hacer un fuego rapaz.
—Sí señor.
Pronto tuvo un buen montón de ramitas secas. El niño era obediente y nada perezoso. ¿Y si se quedaba con él como ayudante? Quizás hubiera una recompensa sobre el asesino de su padre. Con eso podría convencerlo. Y sacarse un dinero extra.
Mientras avivaba el fuego agachado en el suelo, el niño se tropezó y cayó sobre su espalda. ¿Debería quedármelo? Ahora me parece un poco torpe.
—Lo siento señor.
—Ve con más cuidado. Si no llegas a caer encima de mí habrías metido la cara en la hoguera. Por cierto ¿Cuántos años tienes?
—Trece, señor.
—Cuéntame cómo ocurrió lo de tu padre rapaz.
—Verá, nosotros vivíamos en una zona un poco apartada y un día se acercó al pueblo más cercano a comprar un par de cosas que necesitábamos. No volvió.
—Y entonces tomaste el caballo y lo reventaste.
—No. Otras veces ya había pasado, se le había hecho tarde y… no me lo decía, pero yo sé que dormía donde las señoritas…
—¡Ja! ¡Dormir!
—Sí… bueno. Al segundo día me empecé a preocupar, y al tercero me acerqué al pueblo yo solo. Allí me dijeron que alguien lo había matado.
—Lo siento rapaz, esta tierra es peligrosa.
—¿A qué se dedica usted?
—Bueno, hace unas horas me preguntaste si era enterrador… algo parecido. Llevo a un… cliente de vuelta a casa.
El pequeño se quedó en silencio de repente. Cruzado de piernas frente al fuego, con la boca abierta, el bombín polvoriento en el regazo… ¿Por qué lo sujetaba tan fuerte? ¿Por qué no parpadeaba? Estaba consiguiendo que se sintiera incómodo. Así que trató de seguir con la conversación.
—¿Vosotros erais granjeros?
—Algo parecido, nos habíamos instalado hace un par de años. Mi padre decía que necesitábamos una vida más tranquila.
—¿Más tranquila? ¿A qué se dedicaba tu padre? ¿A asaltar diligencias?
—No Señor. Mi padre era mago, más o menos… como usted diría. Le gustaba hacer desaparecer cosas.
—¡Ja! Eso debió ser un cuento de cuna para que te fueras a dormir tranquilo. Me da que tu padre no era más que un cuatrero.
Ahora los nudillos del chiquillo estaban blancos de apretar el bombín.
—Quién sabe. Pero me enseñó parte del oficio. Me enseñó un truco.
—¿De verdad?
—Sí Señor. Aunque solo me enseñó a hacer aparecer cosas, me dijo que era la parte más difícil. Y que si la dominaba podría hacer desaparecer cosas con más facilidad.
—Bueno, y como se hace ese truco, ¿con cartas? ¡Oh! Una vez vi sacar un conejo de una chistera. ¿Puedes sacar uno de ese bombín? ¡Sería buena cena!
—Bueno, un conejo no —con una mano sujetaba el bombín, con la otra hizo un pase mágico—. Pero respóndame una pregunta primero. ¿Quién hizo iguales a los hombres?
—No fue Dios desde luego, fue el gran Samuel Colt —dijo con una sonrisa mientras posaba su diestra sobre su querido revolver. La mano no encontró empuñadura alguna. Miró extrañado la funda, estaba vacía. ¿Y el revolver?
—¡Maldito rapaz! ¿Cuándo…?
—Mi padre vivía de la mentira, y me enseñó a saber cuándo alguien miente. Usted no es enterrador, señor.
Un mecanismo se accionó tras el sombrero del rapaz y escupió muerte. Una vez, dos veces, tres… Seis proyectiles hicieron blanco. El niño miró al hombre. Había sido una muerte rápida, eso le apenó.
Tiró el bombín agujereado, y se acercó hasta el ataúd. La tapa estaba clavada, en eso no había mentido. Quitó la cartuchera al falso enterrador y recargó el revolver. Después, le cogió el cuchillo para hacer palanca y abrir la tapa. Durante unos segundos miró en silencio el cuerpo que allí había.
—Siento mucho lo que haré mañana papá —dijo besándolo en la frente—. Ahora que no estás, voy a necesitar el dinero.
Entonces cerró la tapa del ataúd y pasó una última noche junto a su padre.
FIN
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