—¡Hey enano! ¡Quita de ahí!
—¡NO! —dijo el pequeño poniendo sus brazos en jarra.
—Si no te quitas de aquí vamos a darte un balonazo. —era un chico mayor y lo doblaba en altura—. O a lo mejor tropezamos contigo y te hacemos daño.
—¡NO!
—Venga niño déjanos jugar, hemos llegado antes —Quiso ponerle la mano en el hombro, pero antes de tocarlo aparecieron otros chiquillos gritando.
—¡No lo toques!
—¡Sois vosotros los que os tenéis que marchar! —dijo el pequeño, estiraba el cuello, subía la barbilla tratando de parecer más alto—. Lleváis mucho rato, es nuestro turno.
—Esto es un parque, no hay turnos. La próxima llegáis antes.
—Nos toca a nosotros. Lleváis más de una hora.
—¿Y si partimos el campo en dos y cada uno juega en una parte nos dejáis en paz?
—¡NO! Es nuestro turno.
—Vamos pasa del pequeño —dijo otro de los mayores—, si le damos un balonazo o lo arrollamos se irá llorando y nos dejará en paz, vamos a seguir.
—Ahora no me da la gana. Estos se van, ni dejándoles la mitad del espacio se contentan.
—¿Y si nos lo jugamos a una apuesta? —Interrumpió el pequeño. Ahora que estaba rodeado por sus amigos se sentía más envalentonado que antes.
—¿Apostar? ¿Contigo? Pero si no me vas a ganar a nada.
—Si te marco un gol… os vais. Si lo paras nos vamos —Se giró y tomó la pelota de manos de otro de los pequeños. Un balón de reglamento, nuevo. Sin rozaduras. Las costuras todavía estaban perfectas y brillaba al sol de aquella mañana de marzo. Un regalo aun por estrenar de las últimas navidades.
—No te lo estarás pensando en serio ¿verdad?
—Venga, mira al enano. No tiene músculo en esas piernecillas, no va a chutar con fuerza. Y además, seguro que la tira fuera.
—¿Piernecillas?
—Venga chaval. Acepto el reto.
—¿Sin fuerza?
No lo pensó, ni dio tiempo de reacción a nadie. Soltó la pelota y la chutó antes de que tocara suelo. Voló, un espacio muy corto, pero voló. Certera y directa, hasta la cara del chico mayor. Lo tumbó de espaldas. Antes de que el balón tocara tierra todos los chiquillos habían salido en desbandada. Solo uno esperó.
—¡Te reviento niñato! — dijo tapándose la nariz—. ¡Soltadme que lo mato!
—Venga déjalos en paz, que aún nos buscaremos un lío.
—Ya te dijimos que pasaras de él —dijo otro.
El pequeño salió corriendo solo después de ver cómo le había dejado la cara al otro.
No los perseguían, y no tardó en alcanzar a sus amigos.
—Me debes un balón.
—La próxima vez usaré una piedra.
—Estás loco David.
Comentarios
Publicar un comentario