Perdónenme el eufemismo, pero déjenme decir con amabilidad que yo quería quitarme de en medio. Lo que pasa es que cuando estaba cerca del borde pensé que estaba muy bajo. Si no caía bien, encima me iba a quedar tonto, así que me subí a la terraza. Entonces recordé la impresión que ya desde pequeño me causaba cualquier caída y me dije que no, diez pisos sintiendo eso en las tripas no. Así que busqué una soga y tras varias vueltas por la casa me quedé mirando el techo. ¡Pero si no tengo por donde pasarla, es todo ladrillo y cemento! ¿Y la lámpara? Seguro que no aguanta. Pues al campo a buscar un árbol no voy, que hay mucho bicho. ¿Y si chupo unos cables? No, que poco glamuroso. Luego pensé en un enchufe y un destornillador, pero no quería salir en las noticias como un crío mal vigilado. Pero oigan, la tostadora apareció como una opción y cuando fui al baño caí en la cuenta: tengo ducha, no bañera. Miré la única zafa de la casa y el cubo de la fregona: muy pequeños. ¿Y si hago lo de las v...
Cuando Juanito escuchó los estallidos en la distancia, entró corriendo al bar del pueblo y dijo que iba a llover, que había truenos y que los pájaros se habían espantado. ─¿Qué dice este ahora? Si las chicharras parece que vayan a reventar. ─Calla Antonio, déjalo en paz. No te preocupes Juanito, que si llueve estamos cerca de casa. Y Juanito salió de nuevo. Desde el alba hasta el anochecer esperaba mirando el camino que salía del pueblo y se perdía entre los campos de olivos. Todo el pueblo sabía por qué esperaba allí cada día. Algún vecino preguntaba de vez en cuando. ─¡Papá viaje! ─contestaba siempre─. Dijo, mañana vuelvo. Era la única sonrisa sincera en medio del odio y el miedo. Dos camiones aparecieron a lo lejos por un recodo del camino y Juanito empezó a aplaudir. Recordaba que papá marchó de viaje en uno igual. Cuando llegaron sólo bajaron soldados de un camión, el otro siempre volvía vacío. Juanito sonreía y, como siempre, preguntaba si papá volvía. ─¡Juanito! ¡Ven! ─era Manue...